Por Jose Ignacio Benito Climent profesor de filosofía licenciado en París VIII Colaborador del Colegio de Clínica Psicoanalítica de Valencia perteneciente a las Formaciones Clínicas del Campo Lacaniano, con la colaboración del Departamento de Orientación del IES Fray Luis de León 2007-08
Están aquellos que no hablan y que en su afán de comunicar buscan los medios para dirigirse a ese otro que es el mundo. Tenemos la persona que nunca ha podido hablar, la persona que podrá hablar si tenemos la oportunidad de tratarla y está el que deja de hablar por el hecho de una experiencia traumática, aquel que decidió no hablar y que nosotros queremos que hable, porque lo necesita. Sin embargo lo que nos preocupa a nosotros dentro de la fenomenología de la mudez es cómo es posible la comunicación sin palabras. Cuando las palabras ya no están y no pueden estar, el lenguaje busca otras formas de comunicar y este lenguaje se vuelve primigenio, performativo, es un dar vueltas a la forma, para decir el cómo decir sin hablar, decir a través del cuerpo lo no-dicho. Lo que no se puede decir tiene miras de ser dicho a través de la corporeidad performativa del individuo mudo.
El mudo quiere hacer hablar a su boca a través de su cuerpo, sus facciones, sus gestos, sus emociones, sus sentimientos tienen que pasar por el orden performativo. Es un lenguaje de lo que se muestra y no se dice, es un lenguaje que está a la base del lenguaje de los que hablan pudiendo callar y sabiendo que nunca perderán la voz. Aunque los “habladores” temen perder la voz saben que participan de ella, que pueden hablar aunque elijan lo contrario, que pueden ser incapaces de hablar por timidez o vergüenza o que su voz se quiebre, se module, descienda, aumente; pero finalmente saben que participan de su habla, del hablar, que pueden hablarnos y callar al mismo tiempo, y sin embargo callan y hablan con sentido.
Los mudos hacen esto mismo que acabo de exponer pero con el cuerpo, porque el cuerpo habla y calla, se suspende, se modula, asciende y desciende, tiene su propia tonalidad y ritmo el del silencio y la escultura del cuerpo. El juego lingüístico de la performativa del cuerpo del mudo es el lenguaje del mudo, su lenguaje yoico que parece carecer de un yo porque nunca será dicho y si se dice será por medio de un cuerpo que dice: “yo soy un cuerpo”, “un cuerpo estigmatizado sin palabras”. Este cuerpo solo puede transmitir a los otros y pensar su ser sí mismo a través de las imágenes que crea y piensa, y que comunica performativamente como si se tratará de un habla. El habla del cuerpo es imaginada por sí mismo y performateada para los otros y así crea el mundo, un mundo para sí, su “mundo de la vida”[1] que le es propio.
El cuerpo del mudo es observado por los otros como un abismo inalcanzable de comunicación entre hablantes y “callantes”. La lengua de signos en determinados casos proporciona un lenguaje de tipo performativo que no es ostensible a todos los posibles comunicantes por el hecho de que no es aprendido por todos, sin embargo la posibilidad de ser aprendido por el que irremediablemente calla, posibilita una conciencia del otro a través de los signos, si bien en los hablantes el signo es dicho, el mudo debe señalarlo con el lenguaje aprendido de los signos que es performativo, las palabras son dramatizadas a través del cuerpo del mudo que habla con lengua de signos dibujando con su cuerpo las cosas del mundo a que hace referencia. Pero hay cosas que no son, si no que son lo que pensamos de ellas, ya sean ideas o imágenes. Lo más difícil de representar a través del cuerpo del mudo es el pensar, que se convierte en una cadena de signos significantes dramatizados para conectar un mundo amputado de habla con un mundo que todavía habla y no ha callado, que calla cuando no debería callar y que habla más de la cuenta. El habla del mudo es la mudez resuelta por el mudo con el juego de los labios que hablan sin poder emitir ningún sonido y una multitud de bocas que recorren el cuerpo y lo hacen hablar. Cuando hablamos con un mudo hablamos con su cuerpo y la sensación para aquellos que no dominan la lengua de signos es caer en una especie de mareo al seguir la performativa de un cuerpo que habla, seguir el juego lingüístico del mudo nos hace observar un abismo entre lengua hablada y lengua performativa. Los mudos hablan con el cuerpo y quieren hacerse escuchar por los que hablan, aquellos que no hablan quieren decirles a aquellos que hablan que están ahí, que quieren hablar y ser escuchados para ser inscritos en un mundo donde ambos rostros deben mirar más allá de sí mismos y aprender a comunicar con el cuerpo y la palabra. Sin silencio no tenemos contacto con lo místico de ser un ser humano y sin hablar no podemos decir lo que somos, quizás ambos lenguajes estén hechos para engañar, pero ambos están hechos para decir lo que no sabemos que somos y sin embargo lo somos, lo no-dicho, el inconsciente profundo que compartimos.
Se puede lograr hacer hablar a quienes callaron cuando el trabajo personal o familiar es desencadenado en la terapia. Un colega psicoanalista logró hacer hablar a un niño que había enmudecido, se acercó a él y compartió durante un largo tiempo su mudez, hasta que compartieron tanto silencio y se dijeron tantas cosas sin hablar que finalmente el niño tuvo que añadir algo más con sus palabras. ¿Cuántos han dejado de hablar por falta de afecto y protección? niños pseudo-autistas, Víctor el niño salvaje de Truffaut o el del Herzog (este film está mucho más desmitificado, es más radical y contundente a la hora de suponer la vida del niño salvaje), los niños del rey egipcio que fueron separados de la sociedad en que vivían para que dejaran de hablar y así claro no lograban desarrollar un lenguaje o hablar correctamente. Aun así el niño habla y por los codos, y no es un tópico inválido, por ejemplo, la lengua de signos es hablar literalmente con los codos y por los codos, pero además el niño aunque no hable, nos dice lo que le ha ocurrido, quien es, qué es, qué le hicieron y todo eso sin decir mu, en un diván hartándonos de esperar y sin esperar que hable porque ya esta hablando sin decir nada nos dice todo lo que necesitamos saber para suponer un saber que se nos quiere evidenciar a través del cuerpo y las actitudes del niño y como no si tenemos suerte de cualquier palabra que pueda manifestarnos en el dispositivo psicoanalítico gracias a la privacidad y falta de agresión paterno-filial que se da en el gabinete psicoanalítico.
Pero no olvidemos que el niño crea una gramática incluso con unos padres con una gramática escasa, sin embargo el niño al cual no se le detecta su mudez rápidamente en la niñez difícilmente puede alcanzar el habla en la adolescencia y sus posibilidades de hablar se cierran. No obstante si oye, no olvidemos que los sordos no son mudos ya que hay tecnologías de vibraciones que permiten la escucha, podrá escuchar sonidos que no podrá reproducir, más tarde, al menos que de pequeño se le enseñe un vocabulario que le permita entender el lenguaje hablado y el performativo. Si no hay ya en el niño unas determinadas ideas y categorías que debe aprender en la niñez, el niño deberá ser rescatado de una situación de alienación total. Por lo tanto es una necesidad imperativa de padres y Estado detectar rápidamente e intentar trabajar tempranamente con el niño para desarrollar los dos tipos de habla. Vemos que ambas hablas están interrelacionadas con un aprendizaje temprano para ser bien adquiridas y la omisión o no de las obligaciones paterno-filiales de los padres y madres, y del Estado político benefactor y protector o, por lo contrario, irresponsable y castigador. Las distintas circunstancias que pueden llevarnos a la mudez pueden ser de distintas índoles, pero la biografía de la mudez nos expone las características en especial las del desarrollo de está discapacidad que puede ser superada por otra capacidad que es hablar con los cuerpos y comunicar con otros cuerpos. Nuestra tesis principal sería una máxima lacaniana que se enunciaría así: “no todos los sordos son mudos y que los mudos no existen”.
La lengua de signos es la lengua que queda por contar entre las lenguas de un Estado, la de una minoría que no se hace escuchar más que haciendo ruido con su mano a través de un objeto sonoro delante de las puertas de las instituciones. Las instituciones deben tomar en cuenta la historia personal de cada individuo y hacer seguimientos de cada uno de ellos para que así logren lo mejor de si mismos, pero sin limitarse a ayudas asistenciales que encierren al discapacitado en el síntoma, sino hacer del “mudo” un individuo libre que pueda comunicar a través de la lengua de signos y si se diera el caso poder hablar, aunque a veces el espíritu institucional haga de los mudos que tienen la posibilidad de hablar, una imposibilidad por el hecho de creer que son insalvables de su mudez.
El psicoanálisis tiene aquí la tarea de aportar su investigación al desciframiento de los verdaderos síntomas de cada uno de los casos, considerando desde un punto de vista holístico la actividad multidisciplinar e interdisciplinar de maestros y profesores, logopedas, psicólogos u orientadores e interpretes que trabajan desde distintas parcelas la estructuración del sujeto, por un lado a nivel funcional para sus posibles mejoras y por otro lado a nivel de futuro profesional, bienestar psíquico y físico, también acerca de las posibilidades de desarrollar un lenguaje a través de conceptos, ideas e imágenes que ayuden a construir un lenguaje y con ello la opción de emerger una personalidad estructurada. Excepto uno de aquellos casos en los que la esclavitud incluso contemporánea, en que las familias no hacen lo posible por alcanzar el desarrollo del niño sino lo imposible porque el niño no llegue a desarrollarse lo más ampliamente posible con la ayuda de los profesionales.
[1] Mundo de la vida es un concepto husserliano revisado por Habermas que se refiere al mundo que es creado gracias a la intersubjetividad entre subjetividades, de este diálogo surge el mundo de la vida.
jueves, 22 de marzo de 2007
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